—Leti, las crisis son oportunidades. Nos vemos la semana que viene.
¿Cómo mi analista me iba a decir semejante boludez? ¿No se dio cuenta que le mandé un mensaje a las cinco de la mañana para verla?
Rodrigo había decidido dejarme después de 11 años de relación. Sin previo aviso volvió una noche a casa y me dijo que se iba.
—¿A dónde te vas a ir?
—No sé, a lo de Germán.
—Rodri, no entiendo. ¿Por qué te querés separar? Hablemos.
—¿Cuánto hace que no garchamos?
Traté de recordar cuándo había sido la última vez que habíamos cogido. No quise calcular mucho pero me acordé de que en la cama todavía estaba el acolchado grueso. Seguro era invierno y Rodrigo me hacía esta pregunta mientras le pisábamos los talones a los últimos días de la primavera.
—Leti, te hice una pregunta ¿Cuánto hace que no querés coger conmigo?
—Tenés razón, pero hubieses hablado antes.
—¿Me estás cargando? Te lo dije varias veces.
—Ay bueno, el día que fuimos al Jardín Japonés, hace mucho.
—Esa y varias veces más, pero vos te hacés la boluda.
—¿Estás con otra mina?
—No.
Rodrigo se fue a acostar sin lavarse los dientes. Lo seguí y me acosté vestida.
—Por favor, no me hagas esto.
—Dejame dormir Leticia, mañana hablamos, estoy agotado.
Rodrigo dormía profundamente. Entre la angustia y sus ronquidos fue muy difícil pegar un ojo. Me despertaba cada media hora. Ahí decidí escribirle en plena madrugada a Liliana.
Terminó la hora en el diván y me fui caminando a casa. Seguía pensando en eso de las crisis y las oportunidades que me había dicho mi psicóloga. ¿mil cien pesos pagué para que me diga una de esas frases forras que se estampan en una lata de yerba? Entré a mi casa y Rodrigo estaba sentado en el sillón mirando un partido de fútbol y tomando mate. No vi ni un bolso armado ni una pila de ropa afuera del placard. Es más, él estaba vestido de entre casa, con sus pantalones de All Boys y la remera verde de Divididos manchada con lavandina.
—¿Vos estás seguro de que te querés separar?
—Sí.
—¿Por qué te querés ir?
—Ya te lo expliqué.
— ¿Qué vas a hacer con las iniciales de nuestros nombres tatuadas en tu espalda?
—¡Qué sé yo Leticia!
—¿Te las vas a borrar?
—Basta.
—¿Para qué te lo hiciste entonces?
Rodrigo subió el volumen del televisor. Me senté a su lado y lo miré.
—¿Qué le vas a decir a tu familia?
Rodrigo seguía con la mirada puesta en el partido de fútbol. Le agarré fuerte el brazo para que me mirara.
—Hablame. ¿Le contaste a tus amigos?
Volvió a subir el volumen. Le saqué de un tirón el control remoto y empecé a gritar más fuerte que el relator del partido de TyC Sports.
—A ver, contame ¿Quién se enteró antes que yo de que te querés separar?
Rodrigo se quedó en silencio, inmóvil. Lancé el control remoto contra la pared y las pilas rodaron hasta debajo de la mesa de la tele. Rodrigo siguió sentado en el sillón y yo me fui a llorar al cuarto. Iba y venía de la cama al living.
—¿Por qué te querés separar?
—¿Otra vez, Leti?
—Sí, otra vez. ¿Por qué?
Sólo escuchaba el ruido del pulgar de Rodrigo apretando los botones del control. Lo hacía con tanta fuerza que se había puesto rojo. Me dio mucha risa ver esa escena.
—Pelotuda ¿de qué te reis?
—El control no tiene las pilas.
Me lanzó una mirada matadora y se agachó a buscarlas. Las puso en el control y apagó la tele. Otra vez sin lavarse los dientes se fue a dormir y otra vez lo seguí. Se dejó los pantalones de All Boys y se sacó la remera. Se acostó y me dio la espalda. Lo quise abrazar.
—No me la hagas más difícil.
—¿Difícil? Difícil es para mí. ¿Estás con otra mina? Decime la verdad.
—Basta Leticia. Me tenés harto.
—¡Ah bueno! ¿Ahora no te puedo decir lo que me pasa?
—Si, podés.
—Me pasa que sos un sorete.
—Cortala.
—¿Cómo no te voy a poder abrazar?
De repente se dio vuelta y me empezó a besar con gusto a mate. Me corrió la bombacha y notó concha cerrada al vacío, hermética.
—Pará Rodri, no quiero coger.
—Por esto mismo me quiero separar.
—No, vos te querés separar porque estás con Laura, la del laburo.
—No Leti, estás divagando.
—¿Y qué hacés acá si te querés separar?
—Mira, si no me voy es porque no quiero joder un sábado a la noche a mis amigos en sus casas.
—Dejá, mañana me voy yo.
Al día siguiente arreglé con una amiga y me fui para su casa. Puse pocas cosas en mi mochila. Estaba convencida de que Rodrigo se iba a dar cuenta de que me extrañaba y me iba a pedir que volviera. Sin embargo, esa tarde fuera de casa recibí un mensaje de él.
Lo charlé con mi amiga y para ella la idea de Rodrigo era buenísima. Me habló de lo importante que es aceptar las decisiones del otro y de conectarse con el interior de uno mismo. ¿Esta boluda leyó un libro de autoayuda o estuvo hablando con mi psicóloga? Me hubiese ido de su casa en ese momento, pero le dije que si con tal de que me dejara de hablar de las energías positivas, el karma, el yoga y el veganismo. Agarré el celular y le mandé a Rodrigo el cronograma.
Los días que me tocaba a mí aprovechaba a buscar algún indicio de su relación con Laura. Abría el placard, miraba su ropa, revisaba los bolsillos, olía las remeras que no estaban guardadas. Buscaba en sus libros, en sus cuadernos. Nada. También intentaba con su computadora. Hacía intentos para adivinar su contraseña de mail: nuestros nombres, mi cumpleaños, nuestro aniversario, el nombre de su perro, Laura. Nada. Después buscaba entre sus archivos. Nada.
Decidí tomarme licencia en mi trabajo y me fui a la casa de mis papás en el pueblo donde crecí. Me dediqué a llorar y a nada más, como si esa fuera mi única responsabilidad. Ellos estaban asustados por mi falta de apetito y mi llanto diario. En dos semanas mi cara ya no era tan redonda. Mi mamá cocinaba cosas que sabía que me gustaban y me insistía para que comiera algo. Yo apenas probaba un poquito para no despreciarla. Mi papá me invitaba a dar unas vueltas en bici a la tardecita para despejar la cabeza. Le rechacé todas las invitaciones. No tenía fuerza para pedalear. Tampoco tenía ganas. A veces salía sola a dar una vuelta pero no me quería cruzar a nadie conocido y que me preguntara qué hacía un día de semana ahí, así que volvía rápido a mi casa. Lo único que quería era hablar con Rodrigo.
Le había puesto al celular un ringtone especial para el contacto de Rodrigo. Después de ese mensaje, no volví a escucharlo. Abrí su chat y la última hora de conexión había sido apenas hace dos minutos.
Después de dos semanas me fui del pueblo. Tenía que volver a la rutina y conseguir un lugar dónde vivir. Volví a coordinar con Rodrigo el régimen de visitas a nuestra casa. Así que antes de viajar organizamos la tenencia.
Por medio de un amigo conseguí un departamento para alquilar. Me encantaba pero dejar mi antiguo lugar me angustiaba mucho. Empecé por lo más simple, avisarle a Rodrigo que ya tenía dónde vivir y que deberíamos hacer una especie de división de bienes. La respuesta del otro lado fue “yo también conseguí casa, es un monoambiente amoblado, quédate con todo”. Hice un cálculo rápido y sonreí al darme cuenta de que me iba a ahorrar mucha plata. Pensé que mi casa nueva debería tener una linda cortina de baño y un sillón de estilo nórdico. Después voy a buscar en Mercado Libre.
Si bien tenía la posibilidad de meter absolutamente todo el departamento en una bolsa, había pertenencias que no me correspondían. De eso no toqué nada. También hubo cosas que el día de la mudanza decidí dejarle, no por amabilidad, sino porque me parecían de mal gusto. Por ejemplo esos platos horribles que nos había regalado su mamá o el mueble de melamina para poner el microondas que siempre me pareció espantoso. Todo venía saliendo bien hasta que llegó el momento de vaciar la biblioteca. Estaba llena de recuerdos y de símbolos de nuestro amor. Era como reconocer el cuerpo de algún familiar o un amigo en la morgue. No me llevé todo. Estaba tan enojada que decidí que Rodrigo también viera ese cadáver ahí en la mesada fría. Había muchas cosas en esa biblioteca, mensajitos que nos dejábamos, cartas de amor, suvenires de las vacaciones, fotos. Pero esa tarde me la agarré con un recuerdo en especial, esos patos del feng shui que hay que tener juntos para que la pareja dure. Los decapité cuidadosamente con un cuchillo y los dejé bien a la vista. Abajo escribí en un post it: te odio.
Mi nueva casa era un dos ambientes con un balcón enorme. Veía la autopista directamente, podía estar horas mirando los autos pasar. Me traía un poco de calma después de quedar agotada de los mensajes que le mandaba a Rodrigo. Me hacía acordar a las tardes de verano que pasábamos juntos en mi pueblo escuchando el río. De todas formas, salía de esa calma rápidamente cuando agarraba el celular.
Saber que nos íbamos a ver me tranquilizaba tanto que podía dormir de corrido. Ese día cuando se hizo la hora no tuve ganas de ir. Sin embargo a las 18 estuve ahí puntual. Rodrigo, ya había llegado y me estaba esperando con una cerveza.
—Hola, qué lindo estás.
—Gracias, vos también.
—¿Y entonces por qué me dejaste?
—Ya te expliqué ¿Qué más querés que te diga?
—¿Por qué no querés volver conmigo?
Rodrigo guardó el celular en su bolsillo y se fue al baño. Vi que le habían llegado varios mensajes. Pedí otra cerveza y un poco más de maní. Mientras lo esperaba abrí su chat y lo vi en línea. Se me hizo un nudo en la panza de pensar que se iba al baño a hablar en secreto.
—¿Cómo la pasaste en el pueblo?
—Mal. Pero vos seguro que la pasaste bien con Laura. Te dejé el terreno despejado.
—¿De verdad vas a empezar con eso otra vez?
—Mostrame tu celular.
—¿Estás loca?
—Es obvio que estás hablando con ella.
—Leti, me parece que me voy a ir.
—A ver, mostrame de qué hablan los nuevos noviecitos.
En ese momento vino el mozo con el pedido que le había hecho y me miró fijo. Le clavé la mirada y se fue rápido.
—¿Para qué venis si no me vas a responder?
—Leti, si vas a estar así mejor me voy.
—¿Tanto me odiás?
—No digas pavadas.
—La mina esa te llena la cabeza. Siempre fuiste tan pollera. Por eso no cogíamos.
Los de la mesa de al lado nos miraron y murmuraron algo. No llegué a escuchar pero estaban hablando de nosotros.
—Por favor, calmate, estamos en un bar. Bajá la voz.
—¿No ves que estoy mal? ¿Cómo querés que te hable?
—Como una persona civilizada
—Bancatela, vos me dejaste.
—Leti, pensé que podíamos hablar bien.
—Yo te hablo bien. ¿Pero sabes qué? Mejor me voy.
Me fui pero antes le vacié el platito de maní adentro del vaso de cerveza. Cuando llegué a la esquina vi un mensaje de Rodrigo.
Ese tipo de encuentros se repetía bastante seguido. Eso sí, de coger ni hablar. Sólo una vez organizamos por teléfono para ir a un telo en Once.
Era mi primera vez en un lugar de esos y me resultaba horrible. Pensé que me iba a sentir una bomba sexual adentro de esa habitación con jacuzzi. Me había comprado un conjunto de ropa interior de encaje y estaba totalmente depilada. Esa tarde fui a la peluquería y también me hice las uñas. Estaba emocionada, sentía que estábamos por coger después de tanto tiempo. Entramos, recorrimos la habitación y nos empezamos a besar. Nos sacamos la ropa hasta quedar desnudos. Las costillas de Rodrigo estaban más pronunciadas que nunca, pero conservaba los flotadores de cuando era gordo. Me pareció verle más estrías que antes y que tenía menos pelo. Me fijé sin disimulo si todavía tenía el tatuaje de la espalda. Cuando vi nuestras iniciales me relajé. Él tenía la pija parada. Yo no estaba para nada caliente, ni siquiera quería estar ahí. Ese cuerpo no me seducía. Lo único que me gustaba de él en ese momento eran sus ojos verdes. Cuando me acosté en el colchón sentí mucho asco. Esa lona tipo pelopincho que lo recubría me daba impresión.
—Podríamos estar cogiendo en nuestra casa Rodri ¿Por qué tenemos que estar acá?
—Vení acá, chupámela un poco.
Se la empecé a chupar muy rápido y de forma mecánica. Iba de arriba abajo sin usar demasiado la lengua y en un momento se quejó de mis dientes raspando. Me pidió que lo dejara y sentí alivio. Sabía perfectamente dónde tenía que tocar, cuál era el punto que me ponía loca. Ni siquiera con eso pudo hacer que me calentara. En mi concha tenía un el arenero de la Plaza Martín Fierro. Intentó un par de veces más, tocándome las tetas, chupándome el cuello. Rodrigo no me calentaba.
—¿Por qué me dejaste?
—Ahora quiero coger, Leti.
Rodrigo estaba muy excitado, hacía mucho que no tenía la pija tan dura como esa noche. Me toqué para ver si lograba sentir algo. Funcionó pero no alcanzó. Aunque cogimos no acabé. Ni siquiera la pasé bien. Él acabó bastante rápido y se fue al baño. Volví a mirar las iniciales de nuestros nombres en su espalda y me angustié. Me levanté enseguida de ese colchón horrible y me metí en el jacuzzi. El agua tenía la temperatura justa. Al ratito se sumó Rodrigo y no podía dejar de mirar cómo su pija se iba achicando entre las burbujas. Estuvimos ahí los dos, desnudos, llorando. Lloramos mucho, nos abrazamos en silencio. Nos vestimos y nos fuimos cada uno a su casa.
Rodrigo ocupaba mis pensamientos casi las veinticuatro horas del día. Si no hubiese sido por la insistencia de mis amigos jamás habría puesto un pie en la calle para salir a un bar. Esas noches de salidas en donde estaba despierta a la madrugaba, invadía aún más la vida de Rodrigo. Iba al baño con la excusa de que había tomado mucha cerveza y empezaba a mandarle mensajes o a llamarlo y cortar. Con el tiempo me fui poniendo creativa. Una noche, mientras volvía en el 41 para mi casa, toqué el timbre en la parada del Hospital Ramos Mejía. Saqué una foto a la puerta de la guardia y se la mandé con un texto que decía “estoy internada, tuve un accidente”. Rodrigo no contestó.
Yo seguía yendo a terapia con Liliana. A pesar de la frase de las crisis y las oportunidades, confiaba en ella.
—Mi recomendación es que empecemos un tratamiento con un psiquiatra.
—Yo no estoy loca. Sólo estoy angustiada.
—Es importante que empieces a pensar antes de pasar a la acción. Lo que me contaste del hospital ya es demasiado.
—Sólo fue una vez, había tomado un poco. No estoy para psiquiatra.
—Pensalo, la medicación funciona como un bastón en estos casos.
—No, no quiero que me mediquen. Sólo quiero volver con Rodrigo.
Un domingo me desperté y empecé a escribirle. Quería saber por qué me había dejado. No me respondía a pesar de enviarle un mensaje atrás del otro. La velocidad de los mensajes se debían a mi técnica de copiar y pegar siempre el mismo texto: ¿Por qué me dejaste? El siguiente paso fue llamarlo, fueron 152 llamadas en una hora. Nunca atendió. Era obvio que estaba con Laura desayunando después de haber garchado toda la noche. Salí de la cama y pisé la ropa que se había acumulado, quizás de una o dos semanas. Me acerqué a la cocina y vi que también se habían acumulado tazas y cucharas en la bacha. Me iba a poner a limpiar pero me vestí y salí del departamento. Empecé a caminar rumbo a la casa de Rodrigo. Toqué timbre pero no atendió. No sé cuánto tiempo pasó, más de una hora seguro. Mientras esperaba me acordé de que una noche fuimos al cumpleaños de Laura. No era lejos, media hora en colectivo. Bajé, caminé dos cuadras y en la puerta traté de recordar el piso, estaba segura de que era que el quinto, pero no recordaba el departamento. La calle estaba bastante transitada. Todos me parecían iguales a Rodrigo, tenía que agudizar la mirada para ver bien esas caras. El corazón se aceleraba con cada hombre que pasaba. A Laura no me la acordaba tan bien, pero si la veía seguro la reconocería inmediatamente. Repasé varias veces lo que tenía para decirle si la veía: puta de mierda, sos una roba novio, dejá a Rodrigo en paz. Fantaseé con tirarle el pelo, rogaba que lo llevara suelto ese día.
Mientras estaba en la puerta vi doblar en la esquina a Laura abrazada de un pibe. El pibe era Rodrigo pero más rubio. ¿Se había hecho algo en el pelo? Me empezó a transpirar la frente y mientras me la secaba con la mano ví que era más alto. Cuando estuvieron más cerca, Rodrigo ya no era Rodrigo. Ni siquiera se parecía. Laura me reconoció.
—Hola Leti ¿Qué haces por acá?
—¡Ey! No te había visto. Voy a lo de mi tía a almorzar. Estoy apuradísima, llego tarde.
Me fui corriendo. Me caí, me sangró una rodilla y una señora me quiso ayudar.
—Nena ¿Estás bien?
—No.
Seguí corriendo hasta que me dio una puntada en la panza. No podía respirar. Me senté en la entrada de un garage y agarré el celular.